Días de pandemia. Mi madre, atrapada en Colombia, pudo encontrar vuelo hacia el norte, donde vive desde hace algunos años. Conseguí permiso para movilizarme hacia el pueblo y así pasar los últimos días aquí con ella. Hemos adquirido el hábito de hablar sobre comida. Mamita, su abuela, siempre llega a nuestra conversación. En fin, estaba muy plácido con la comida que recibía en casa de mi madre y publiqué en las redes esta imagen donde se ve una arepa de maíz amarillo con las huellas digitales de mi madre y cuatro pedazos de morcilla hecha por la mamá de Yuli. Las dos comidas estaban hermosas y se complementaban de una manera sutil y nutritiva. Estaba feliz.
Las redes permiten todo tipo de interacción. Entre los comentarios que recibí de la imagen había personas que conocían la preparación de mi suegra y aprobaban. Otros hablaban sobre las arepas de mi madre, como también amigos del norte curioseando los platos típicos nuestros. Etc. Pero llegó un comentario que dio origen a este post. Pretendía ser burlón, tal vez sin intención aviesa. Decía, sin ánimo de corregir, "El que inventó la morcilla es el mejor inventor del mundo, meter sangre y arroz por dónde kga un marrano..." Debo admitir que no recibí el comentario con beneplácito, primero por el tono frío y desinteresado y segundo porque ese menosprecio iba dirigido nada más y nada menos que a la morcilla de mi suegra. Entonces respondí:
"Gracias, su mercé, por sus sentidas palabras. Empiezo diciendo que la sangre se ha usado en la cocina del hombre desde tiempos primitivos, en muchísimas culturas, como espesante, en salazones para conservar alimentos en tiempos de escasez y en sopas, como medio acuoso. No solo se rellena con arroz, hay variantes con avena, con cebada, con pan, con cebolla, con piñones, con alforfón. Y en cuanto a tu precisión, "por donde kga un marrano", tal vez no: al menos no me he comido todavía una morcilla embutida en el recto de un cerdo ―de paso, aclaremos que se hace del animal que el pueblo tenga a disposición: cabras, vacas, ovejas o caballos han sido transformados en suculentas morcillas. Entonces, para recapitular, el intestino de un animal no tiene por función hacer caca, muy al contrario: hace posible la absorción de los nutrientes y del agua que contiene el alimento. El arte de la charcutería yace en la capacidad del intestino del animal para curar su carne. Y es, sí señor, el mismo intestino usado en salamis, salchichas, longanizas, chorizos, butifarras y cuanto más embutido te podás imaginar, una muestra del respeto a la muerte del animal: aprovecharlo todo, hasta el más mínimo cartílago".
No volví a saber del hombre.
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