'Imbebere', una problemática actitud humana


Carry A. Nation, 1901, Giclee Print
                       

Carry A. Nation fue una mujer norteamericana que, a finales del siglo XIX y principios del XX, solía vérsela entrar a bares, hacha en mano, a destrozar botellas y mobiliario.  Un personaje digno de literatura.  Y así lo fue. Carry Nation fue la figura arquetípica de los movimientos de temperancia en Estados Unidos.  Desde la primera mitad del siglo XIX, hubo una proliferación de movimientos cívicos que promulgaban una vida de abstinencia, alertando sobre los peligros del alcohol.  Europa vio prohibirse licores emblemáticos de su cultura como la absenta.  En Estados Unidos este pensamiento llevó a la Enmienda XVIII que, por trece años, prohibió la producción y el consumo de bebidas etílicas.  La guerra contra el eflujo del alcohol no sólo no logró su objetivo, sino que posibilitó la revitalización de esta práctica, diversificándola, especializándola, en un medio de ilegalidad, ejemplo sea la creación de speakeasies, escenario oculto dedicado al consumo de bebidas alcohólicas en sociedad.  El alcohol, como veremos, es un producto que el hombre ha decidido cultivar desde tiempos prístinos y la oposición que le ha surgido en la historia no ha logrado más que agudizar más su consumo; ir en contra del alcohol es ir en contra del humano antojo.

            La ley seca en los Estados Unidos entró en efecto en 1920 y fue derogada en 1933.  La década del 20 fue, en términos legales, tiempo de abstinencia, lo cual entra en contradicción con los testimonios de este período que nos da, por ejemplo, la literatura en obras como The Great Gatsby.  Si bien el poder había dictado contra el alcohol, en sociedad era común su consumo.  Es el tiempo del hot jazz: las fiestas descritas en la novela de F. S. Fitzgerald toman revista de arsenales de botellas.  La realidad es que la ley seca sólo propició un estímulo al mercado negro, engrosando la estadística de homicidios en las ciudades primarias.  Sin embargo, no todos los efectos colaterales fueron nefastos.  La creación del cóctel, por ejemplo, se sitúa en este escenario.  Ante la mala calidad de los destilados, era necesario mezclarlos en aras de suavizar las imperfecciones del espirituoso artesanal, se puede recordar el bath-tub gin, destilado en una bañera.  La práctica de beber sería especializada, inaugurando maneras de relacionarse el hombre con el alcohol. Hay quienes creen ver aquí un logro para la cultura.

            Lo cierto es que el hombre se ha dedicado a perfeccionar sus maneras de producir y consumir alcohol desde hace nueve mil años.  Hallazgos de cerámica de alrededor 7.000 a.C. en China muestran residuos de lo que sería fermentaciones de arroz, miel y uvas.  Otros residuos hallados en Irán, que datan de 3.100-2.900 a.C., confirman que para este momento el hombre ya estaba dedicado a la producción de cerveza.  La continuidad de esta práctica revela también un carácter local, un interés especial de cada pueblo con relación a sus hábitos y a los recursos de su entorno.  La bebida de cada país está determinada por el paisaje y el clima, y la bebida, a su vez, da forma a la cultura.  No es sorpresa para nadie que, antes de popularizarse el uso de la destilación, las bebidas alcohólicas obtenidas mediante la fermentación fueron consideradas comida.  Una parte polémica de nuestra dieta, sí, no obstante una parte importante: el consumo de bebidas fermentadas significaba un aporte considerable de calorías. 

            La oposición al alcohol ha mostrado su efectividad solo en términos de ocultamiento de una práctica que para el hombre parece haberse vuelto consuetudinaria. A pesar de mantenerla oculta, la dicha práctica de consumir alcohol continuó en evolución hasta alcanzar una altura sofisticada a finales del siglo XIX y completándose durante la Prohibición.  El caso del Sazerac, el trago oficial del estado de Louisiana al sur de los Estados Unidos, es representativo de este proceso de sofistifación.  Antoine Amédée Peychaud fue un apotecario criollo de Haití que a finales del siglo XVIII emigró a Nueva Orleans con la receta de un tónico de hierbas amargas y aromáticas utilizada para combatir el cólera.  Al llegar a la ciudad norteamericana, estableció su boticario y, a la vez, de manera clandestina, servía, por la parte trasera del establecimiento, una mezcla de brandy y su potaje de hierbas. Cien años más tarde, luego de sufrir algunas transformaciones, esta mezcla de un destilado con un aromático, se volvió el trago oficial del estado de Louisiana.  Peychaud’s Bitters es una marca registrada de amargos que sobrevivió el tiempo de la Prohibición, gracias a que en Nueva Orleans, durante la ley seca, el público la siguió consumiendo, mientras que la mayoría de empresas dedicadas a la producción de amargos cayó en quiebra. 


Antoine Amédée Peychaud


            Eurípides nos cuenta en Las bacantes como Penteo, rey de Tebas, es asesinado y descuartizado por su propia madre al esforzarse en impedir la propagación del culto a Dioniso en su ciudad.  El caso de la ley seca en Estados Unidos no es tan dramático, a pesar del número de homicidios durante este período.  La analogía se justifica en el hecho demostrado de que aquellos que se han opuesto al alcohol, han encontrado consecuencias indeseadas e inesperadas.  Así las cosas, el alcohol es, ante este escenario, la parte más polémica de nuestras maneras de alimento.  Como Dr Jekyll y Mr. Hyde, para unos es entendido como un elemento de bondades, nutriente, y por otros como la maldad, elemento de intoxicación.  El alcohol se ubica a caballo entre el campo de la comida y el dominio de la drogadicción.

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